Entre medio de un caos urbano, en el centro de la ciudad, el trafico apestaba el aire con el sofocante humo gris y el stress enfermaba a la gente que pasaba dejando un ambito de histeriquismo y de cansancio. Caras largas, bocinas a todo lo que da, señores dejando los sombreros para decir malas palabras, mujeres con una cara peor que la de la mañana, caras de enfado, miradas asquerosas. Ya nadie se preocupaba por nadie. Un día en el centro urbano, cansa a cualquiera y todos contagian los ánimos. Aún así, siempre hay algo. Adentro de un colectivo una joven sentada llenaba de alegría el lugar. Con sus auriculares dibujaba un mundo distinto, en el cual no había desesperación, el sonido y la armonía de los instrumentes la llenaban de calma y transmitían calma. El acoplamiento de movimientos, el caminar de una joven, todo para ella era hermoso. Aún quedan personas que siguen sin preocupaciones. La mente se le llenaba de sentimientos, buenas energías, y le hacían pensar que si, que algún día las broncas se irán, y el stress estará tomado por la risa, por el humor, volverán días de antaño, donde no gobierne el reloj con sus horarios, donde hallan caras felices, donde todo sea uno solo, donde los movimientos se acoplen a los ruidos, justo como le paso a ella. Algún día, pensó, podía lograrse un cambio.
La joven siguió con la mirada en la ventana, deleitándose con el sonido y la vista, con una sonrisa que sabe que va a contagiar... Algún día.
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